La rampa de Pajares fue inaugurada en 1884 por Alfonso XII, el monarca del momento en el convulso siglo XIX, tras unas destacadas obras de ingeniería que rompían el aislamiento de Asturias respecto del resto del país mediante un trazado ferroviario por la escarpada cordillera Cantábrica. Discurría por más de 60 túneles, varios viaductos y una fuerte pendiente. Antes de su existencia, una buena (y costosa) combinación de diligencias y trenes podía poner en Madrid a cualquier asturiano de pro en unos seis días; con la entrada en servicio de la sinuosa línea la duración de este viaje se llegaba a reducir a tan sólo una jornada.
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Plano de la línea ferroviaria de Pajares por Ricardo Becerro de Bengoa (1884). |
Desde el 15 de agosto de aquel 1884 hasta hoy han pasado el fin de dos siglos y de un milenio, en el planeta han desaparecido decenas de países y han nacido otros nuevos, la Pérfida Albión perdió su imperio, hubo dos guerras mundiales,el ser humano puso el pie en la Luna y nuestros robots pasean por Marte como si tal cosa. En nuestro país hubo una guerra civil, dictaduras, democracias, república y, de nuevo, la monarquía.
Curiosamente, monarquía y rampa de Pajares comparten la condición de permanecer como entonces: la primera con el tataranieto de aquel rey en el trono y, la segunda, con el mismo trazado.
Pero, como nada es inalterable en este mundo, hasta la rampa de Pajares, que cualquier asturiano consideraba tan nuestra como Pelayo y tan eterna como nuestros valles y montañas, empieza a temblar con los túneles que se horadan bajo sus entrañas. La variante de Pajares, una línea de alta velocidad (LAV) se empezaba a diseñar poco después de empezar el nuevo milenio con la finalidad de dar una alternativa más racional a la centenaria línea de montaña.
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Plano de los subtramos de la Variante de Pajares de la LAV Asturias-León, tal como se muestra en el Referencia del Cosejo de Ministros de 7 de abril de 2006.http://www.lamoncloa.gob.es/consejodeministros/referencias/Paginas/2006/refc20060407.aspx#Pajares |
Si todo sale bien a la primera, los problemas tienden a disolverse en la alegría de inauguraciones y eventos. Entonces, todos los dineros se dan por bien empleados; pero cuando surgen contratiempos y retrasos y, además, se aderezan con una crisis económica general de la que no se ven salidas, todo se replantea. ¿Cuánto cuesta? ¿Merece la pena? ¿Había o hay otras alternativas? son preguntas que surgen de forma inevitable ante unas cuentas que amenazan con convertirse en un pozo de los deseos, pero sin fondo ni deseos cumplidos. Y, mientras tanto, la culpa permanece huérfana.
Más aún, en el supuesto de que la colosal infraestructura, de coste comparable con el de la ampliación del Canal de Panamá, empiece a funcionar algún día, ¿cómo debería explotarse?
Ni siquiera hay un acuerdo sobre el ancho de la vía, con las alternativas del ancho internacional (1450 mm como en el resto de Europa) frente al ibérico (1668 mm en España y Portugal) o sobre el uso que se debería dar al trazado, sólo pasajeros o tráfico mixto. Las ventajas e inconvenientes de unas y otras soluciones y los vaivenes políticos hacen que las decisiones finales sean realmente eso: una decisión que se tomará al final, que probablemente sea desacertada (a raíz de los mimbres con los que se hace el cesto) y que será cuestionada y vilipendiada con toda seguridad.
Y si un día vemos los trenes circular por los dos hilos de la variante de Pajares, por las obras terminadas entre León y las ciudades asturianas, nos quedará otra pregunta por contestar: ¿qué hacemos con la vieja rampa de Pajares? Pocos paisajes ferroviarios son tan hermosos como los que ofrece al viajero esa vieja construcción...
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